PRENSA

Por la Dra. Silvina Pauloni*

Durante los primeros años del nacimiento de la televisión Argentina, la penetración de la tele en los hogares fue más bien escasa durante toda la década del 50, especialmente por la incapacidad de adquirir los aparatos televisivos. A partir de un crecimiento significativo de la oferta televisiva en los años 60, y rodeada de un contexto económico favorable relacionado al consumo, la televisión argentina se encontró más naturalizada entre los ciudadanos. En este periodo, la televisión comenzó a encontrar su lugar primordial en el living de casi todas las familias.

La televisión se instaló como un emprendimiento del Estado, pero no seguía una perspectiva de modelo público, ya que no negaba la publicidad comercial para su sustento. En este contexto, la TV no se convirtió en algo masivo, sino, en un producto con pocas posibilidades de crecimiento y reducido a ciudadanos privilegiados.

La década del 60 estuvo caracterizada por una televisión en manos privadas. Esa expansión afianzo un contexto de concentración de capitales, con contenidos provenientes mayoritariamente de Buenos Aires y con fuertes inversiones extranjeras. Esta línea de pensamiento y gestión sobre los medios de comunicación masivos encontró en la década del 90 su máximo esplendor.

Durante el gobierno de Carlos Menem, la concentración de medios fue acelerada y la transnacionalización de los capitales que operaban sobre esta área de la economía se potenció. Finalmente, esto planteó una concentración y monopolización de medios en la Argentina donde los principales grupos mediáticos conformaron poderosos imperios comunicacionales. Durante este período, se formalizó como regla general la concentración y el multimedio como estructura comercial.

A partir de 2009, un nuevo paradigma de televisión se materializó. El  29 de agosto, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció la adopción de la norma ISBD-T en la Cumbre de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), para la creación de la Televisión Digital. Es entonces, que comenzó a configurarse un nuevo escenario: la creación de la TDA y la creación de una nueva ley de medios que obligo un debate necesario ante la debacle, el abuso y la hegemonía que muy pocos grupos tenían sobre la totalidad de los medios audiovisuales de nuestro país.

Este fue el principal cambio y desafío que afrontó la TDA: convertirse en un modelo de comunicación: nacional, popular y democrático. Expectativas nunca cumplidas por la televisión abierta.

Hoy, a 12 años de la creación de la TDA, seguimos esperando que cumpla su  promesa. En estos cortos años de vida, ya sea por la asunción de un gobierno liberal que se encargo de desarticularla y abandonarla, o por la llegada de una pandemia, donde los recursos  fueron puestos en paliar la crisis sanitaria, la TDA no la vemos, pero existe. Lo cierto, es que seguimos añorando su desarrollo. Nos merecemos tener una nueva forma de presentar un sistema de medios nacional, que permita una versión diferente de las industrias culturales, no sólo pensadas como empresas con una clara finalidad asociada al lucro, sino que se redefina la posibilidad de comprender otros medios, asociados a otros intereses que no respondan a lógicas de mercado y que puedan incluir a sectores sociales.

Ojalá, cuando esta pandemia pase y nos encuentre más fuertes, esa sea una nueva prioridad: una televisión digital de todos, todas y todes.

*Co-directora del Centro de Investigación y Desarrollo en Comunicación, Industrias Culturales y Televisión (CeID-TV) y profesora de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.

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